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El Cachafaz Rosarino

sábado, 26 de junio de 2010

El verdadero "Cachafaz Rosarino"
De figura alta, delgada y con un andar entre elegante y compadre, al caminar, taconea, como repiqueteando un tango. Es Alberto Donaire "El Cachafaz Rosarino". Hablar de él es hablar de tangos, que se reflejan en su rostro con color de madrugada y apuntando en sus ojos de tono gris verdoso los colores del amanecer. Conocido en todos los barrios, cafés, "boliches", salones de baile, la ribera, teatros, veremos de lo cierto de su gran popularidad. Por eso es ya lugar común en el reducto tanguero donde se polemice, que surjan en todos los labios las mentas de este famoso bailarín. Y sentencian los muchachos: "El tango fue su destino, el tango será su fin".
Silvio Puertas, aquel famoso bailarín ya desaparecido, dijo de Donaire que era el danzarín de tangos más completo que había conocido. Con figura y personalidad. En fin, de un neto perfil tanguero. Para los de la guardia vieja, para los que siguieron su campaña, en bravas trenzadas y en disputados concursos, no había dudas. Y muchas veces lo proclamaron como el mejor.

Como hombre-espectáculo, en su larga trayectoria (50 años), Donaire bailó ante todos los públicos. Incluso los más selectos. El doctor Batallán, dirigente del Jockey Club, al verlo bailar, expresó: "Yo no se si él nació para el tango o el tango nació para él". Distinguido con valiosos premios por la Municipalidad, amigos del Club Oroño, por los de Maciel, la Sede Provincial del Tango, Club Artigas y tantos otros.

Los tangueros y los viejos salones
Hacemos un repaso de la guardia vieja tanguera y vienen en atropellado recuerdo los nombres de Manuel Echenique, Julián Prieto, Mario Espinosa, el pibe Voget, "El Bebé", Alberto Ferreyra, Domingo Cuffaro, el flaco Bogado, "Gallina", Colombito y el popular "Estampilla". Y el de los fortines milongueros como "El Monumental", el Claridad, el Gallego, Buenos Aires, Guglielmi, Germania, Modelo, la Giusseppe y "Los albañiles", viejo salón donde ronchaban los pibes Sánchez Damonte, Galieri.

Su compañera
Magdalena Hernández es la compañera de este artífice de nuestra danza popular. Carlos Casares, el malogrado animador, la bautizó "La Reina del Tango". Desde entonces para siempre. Cautivó a los públicos con su elegancia, su personalidad y su amable trato.

Una anécdota
Un día, en un pueblo de los tantos que jalonaron el paso de los trashumantes vendedores de ilusiones, se presentaba un pequeño espectáculo de varieté. Una "rascada" sin mayores pretensiones había reunido a algunos artistas famélicos como la paga que debían percibir. El club patrocinante no las tenía todas consigo y otro similar, instalado a una cuadra, arrastraba a la muchachada pueblerina al son de una orquesta venida no se de dónde.

Los artistas que habían organizado el varieté se desesperaban, el tesorero del club miraba al presidente y, entre los dos, las sillas vacías. De pronto, la idea salvadora: "¡Bailate un tango, Donaire!". "El Cachafaz Rosarino", pura prestancia, puro señorío, puro corazón de pueblo, contestó con una sonrisa: "¿Para que me miren ustedes, nomás?". "¡No, aquí no! ¡En la calle!". Ahora era Donaire el que miraba al presidente del club, al tesorero y al de la idea. Respiró hondo, tomó a su compañera de la mano y dijo: "¡Vamos!".

En la calle de tierra, frente al club, hicimos rueda. Con los parlantes a pleno, Donaire empezó a dibujar arabescos sobre el suelo recién regado. Vinieron curiosos. Después, muchos más. Los aplausos esporádicos convertíanse en tremendas ovaciones al final de cada pieza. Una y otra vez debió repetir los tangos que, desde las puertas del club, atronaban el tranquilo pueblo, en franca competencia con la orquesta venida no se de dónde, cuyos armónicos compases sonaban cada vez más lejanos.

Al rato, todo el mundo se encontraba dentro del salón que habíamos dejado vacío y que ahora estaba casi repleto, con gran regocijo de la Comisión Directiva y, por supuesto, de la troupe, que veía así salvada la noche por las milagrosas piernas de Donaire y su compañera. Al terminar la función, "El Cachafaz Rosarino" reconvino muy seriamente al que hacía las veces de empresario: "A ver si la próxima vez hace poner tablones en la calle, porque entre la tierra mojada y los tangos que nos hicieron bailar casi perdemos los charoles!".
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