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Alma en pena

martes, 3 de agosto de 2010

Tango 1928
Música: Anselmo Aieta
Letra: Francisco García Jiménez
Aún el tiempo no logró
llevar su recuerdo,
borrar las ternuras
que guardan escritas
sus cartas marchitas
que tantas lecturas
con llanto desteñí...
¡Ella sí que me olvidó!...
Y hoy frente a su puerta
la oigo contenta,
percibo sus risas
y escucho que a otro
le dice las mismas
mentiras que a mí...

Alma... que en pena vas errando,
acércate a su puerta
suplícale llorando:
Oye... perdona si te pido
mendrugos del olvido
que alegre te hace ser...
¡Tú me enseñaste a querer y he sabido!
Y haberlo aprendido
de amores me mata...
Y yo que voy aprendiendo hasta a odiarte,
tan sólo a olvidarte
no puedo aprender.

Esa voz que vuelvo a oír,
un día fue mía,
y hoy de ella es apenas
el eco el que alumbra
mi pobre alma en pena,
que cae moribunda
al pie de su balcón...
Esa voz que maldecí,
hoy oigo que a otro
promete la gloria,
y cierro los ojos,
y es una limosna
de amor, que recojo
con mi corazón.

El poncho del olvido

sábado, 31 de julio de 2010


El poncho del olvido
Tango 1926
Música: Adolfo Avilés
Letra: Enrique Maroni
Tango brujo, por tu culpa,
ando en el mundo sin nido
y con un poncho de olvido
quiero tapar mi dolor.
Te has ensañado con mi suerte
y todo el mal que me hiciste
ha puesto en mi vida triste
no sé qué extraña emoción.

Cuántas veces en mis horas,
de honda melancolía
si tu música venía
mis recuerdos a turbar,
amargamente evocaba,
el pasado sin belleza
y en brazos de la tristeza
reía por no llorar.

¿Qué se hicieron los recuerdos?
¿Dónde fueron mis pasiones?
Pobrecitas ilusiones
que en la vida acaricié,
y que hoy tan sólo tiene,
ocultas como la rosa,
una espina venenosa
que está clavada en mi fe.

Tango malo y traicionero,
pañuelito del suburbio
que secó en el barrio turbio
muchas lágrimas de amor.
¡Yo no sé cómo te quiero,
si tan desahuciado has sido,
que sólo un poncho de olvido
podrá tapar mi dolor!

ALMA EN PENA IGNACIO CORSINI

miércoles, 28 de julio de 2010

Ignacio Corsini - El Adios


Tango 1937
Música: Maruja Pacheco Huergo
Letra: Virgilio San Clemente
En la tarde que en sombras se moría,
buenamente nos dimos el adiós;
mi tristeza profunda no veías
y al marcharte sonreíamos los dos.
Y la desolación, mirándote partir,
quebraba de emoción mi pobre voz...
El sueño más feliz, moría en el adiós
y el cielo para mí se obscureció.
En vano el alma
con voz velada
volcó en la noche la pena...
Sólo un silencio
profundo y grave
lloraba en mi corazón.

Sobre el tiempo transcurrido
vives siempre en mí,
y estos campos que nos vieron
juntos sonreír
me preguntan si el olvido
me curó de ti.
Y entre los vientos
se van mis quejas
muriendo en ecos,
buscándote...
mientras que lejos
otros brazos y otros besos
te aprisionan y me dicen
que ya nunca has de volver.

Cuando vuelva a lucir la primavera,
y los campos se pinten de color,
otra vez el dolor y los recuerdos
de nostalgias llenarán mi corazón.
Las aves poblarán de trinos el lugar
y el cielo volcará su claridad...
Pero mi corazón en sombras vivirá
y el ala del dolor te llamará.
En vano el alma
dirá a la luna
con voz velada la pena...
Y habrá un silencio
profundo y grave
llorando en mi corazón.

La pulpera de santa lucía

sábado, 3 de julio de 2010



La pulpera de Santa Lucía
Vals 1929
Música: Enrique Maciel
Letra: Héctor Pedro Blomberg
Canta:  Ignasio Corsini
Era rubia y sus ojos celestes
reflejaban la gloria del día
y cantaba como una calandria
la pulpera de Santa Lucía.

Era flor de la vieja parroquia.
¿Quién fue el gaucho que no la quería?
Los soldados de cuatro cuarteles
suspiraban en la pulpería.

Le cantó el payador mazorquero
con un dulce gemir de vihuelas
en la reja que olía a jazmines,
en el patio que olía a diamelas.

"Con el alma te quiero, pulpera,
y algún día tendrás que ser mía,
mientras llenan las noches del barrio
las guitarras de Santa Lucía".

La llevó un payador de Lavalle
cuando el año cuarenta moría;
ya no alumbran sus ojos celestes
la parroquia de Santa Lucía.

No volvieron los trompas de Rosas
a cantarle vidalas y cielos.
En la reja de la pulpería
los jazmines lloraban de celos.

Y volvió el payador mazorquero
a cantar en el patio vacío
la doliente y postrer serenata
que llevábase el viento del río:

¿Dónde estás con tus ojos celestes,
oh pulpera que no fuiste mía?"
¡Cómo lloran por ti las guitarras,
las guitarras de Santa Lucía!

Ignacio Corsini

sábado, 24 de abril de 2010


Cantor
(13 de febrero de 1891 - 26 de julio de 1967)
Apodo: El Caballero Cantor
Rememoró alguna vez Ignacio Corsini: "Los pájaros me enseñaron la espontaneidad de su canto, sin testigos, en el gran escenario de la naturaleza. Aprendí a cantar como ellos, naturalmente y sin esfuerzo". Y precisamente, su canto tuvo esa cosa simple, de pueblo, sin la interferencia de lo asimilado en el conservatorio.

Fue, por lo tanto, un cantor criollo, sin alardes de virtuosismo, con su estilo enraizado en el payador José Betinotti, pero con un claro dejo nasal —aunque parezca una paradoja— propio del sur de Italia.

Era de allí, más exactamente, de Troina, en la provincia de Catania (Sicilia), aunque su apellido proviniera del norte y de ese origen le quedaran el cabello rubio y los ojos celestes, como los de la famosa pulpera a la que cantó.

Nació el 13 de febrero de 1891, con el nombre de Andrés Ignacio, hijo de Socorro Salomone y de un Corsini del que no quedó nombre ni recuerdo y al que no llegó a conocer. Con su madre arribó a Buenos Aires en 1896. Ambos se radicaron en Almagro (barrio de Buenos Aires) y, cuando el pequeño Ignacio tenía siete años, se trasladaron a la ciudad bonaerense de Carlos Tejedor. Allí se desempeñó como boyero y resero, y fue allí donde los pajaritos gauchos le enseñaron los secretos del canto.

Diez años más tarde estaba de regreso en Almagro, que era también el barrio de Betinotti, domiciliado en la calle Artes y 0ficios— que luego se llamaría Quintino Bocayuva, número 567.

Y ocurrió lo inevitable el modelo y el admirador se conocieron. Pero Corsini no se conformó con ser un imitador, sino que fue avanzando hasta encontrar su propio e inconfundible estilo.

Poco después, en 1907, se relacionó con el artista circense José Pacheco, que lo introdujo en el teatro y se podría decir que también en el matrimonio, ya que Corsini se casó con su hija, Victoria Pacheco, en 1911. "En ella tuve la gran compañera de toda mi vida, la que me alentó en mis horas inciertas y a la que debo gran parte de mis triunfos", reconocería en su autobiografía inédita, escrita en 1950, dos años después del fallecimiento de su esposa.

En 1912 ya había adquirido cierto prestigio como cantor y actor —en las compañías de José Podestá y José Arraigada o los circos de Colombo, Cassell, Casano, etcétera—, y fue por ello que el sello Victor le hizo grabar sus primeros discos. Cabe aclarar que ése es el año correcto, ya que entonces estuvo en Buenos Aires el equipo de grabación de esa empresa, y no en el 13, 14 o 15, como alguna vez se ha expresado.

Corsini era, por aquellos días, un intérprete del repertorio campesino y registró en el surco valses, canciones criollas, estilos y habaneras; el tango aún no había pasado por su garganta, tal como ocurrió con Carlos Gardel.

Cuando aún estaba limitado a la línea campera, fue requerido por la cinematografía para filmar "Santos Vega" (1916) y "¡Federación o muerte!" (1917); más tarde, intervendría en "Milonguita" (1922), "Mosaico criollo" (cortos, c. 1930), "Rapsodia gaucha" (1932), "Idolos de la radio" (1934) y "Fortín alto" (1941, en la que aparece junto a Agustín Irusta y un joven y desconocido Edmundo Rivero).

El disco lo convocaría en forma definitiva en 1920, pero aún no se le atrevía al tango; sólo después de haber registrado diez canciones, decidió incluir uno "Un lamento" (de Graciano De Leone y Pedro Numa Córdoba). De allí en más, se convertiría en una de las más reconocidas voces del género porteño, sin abandonar por ello sus páginas campesinas.

En realidad, su éxito como cantor de tangos se inició a partir del 12 de mayo de 1922, cuando, en el sainete "El bailarín del cabaret", estrenó "Patotero sentimental" (de Manuel Jovés y Manuel Romero), que significó, asimismo, su consagración entre el público.

Otra de las interpretaciones con las cuales se lo identifica es "Caminito" (de Juan de Dios Filiberto y Gabino Coria Peñaloza), uno de los tangos más conocidos mundialmente, que él popularizó a partir del 5 de mayo de 1927 desde el escenario del Teatro Cómico.

Pero "El Caballero Cantor" —como se lo conoció— fue también compositor y letrista de algunas obras, como los tangos "Flor marchita" (letra de Francisco Bohigas), "Fin de fiesta" (música de Carlos Geroni Flores) y entre otros, "Aquel cantor de mi pueblo" (música de Enrique Maciel) que le llevó al disco Edmundo Rivero.

También incursionó en otros géneros, siendo un vals su página propia más conocida, "Tristeza criolla", sobre un poema de Julián de Charras. Pero fue el estilo el género en el que mayor cantidad de títulos produjo "Tradición gaucha" (Enrique Maroni), "Juan de los Santos Arena" (Julián de Charras), "A mi palomita" (José María Aguilar), etcétera.

No obtuvieron mayor resonancia las páginas debidas a la inspiración del cantor, salvo "Tristeza criolla", que en los '40 fue remozado por Ángel Vargas.

Sin embargo, serían otros dos autores quienes le proporcionarían los grandes impactos que lo iban a identificar como el intérprete del cancionero de temática rosista, el poeta Héctor Pedro Blomberg y su guitarrista Enrique Maciel. La sola mención de los títulos del binomio hace surgir, inmediatamente, el nombre de Ignacio Corsini: "La pulpera de Santa Lucía", "La canción de Amalia", "La mazorquera de Montserrat", "China de la Mazorca", "La guitarrera de San Nicolás", "Los jazmines de San Ignacio" y varios más. A ellos habría que sumar, en diferente temática, "La que murió en París", "Barrio viejo del 80", "El adiós de Gabino Ezeiza" o "La viajera perdida".

Después de las dulzuras del éxito, Corsini sintió el amargor de sus últimos años, tras la pérdida de su esposa, circunstancia que lo llevó a cantar por última vez el 28 de mayo de 1949, en la audición "Argentinidad", de Radio Belgrano.

En 1961, reapareció públicamente, ante las cámaras de Canal 7, en el programa "Volver a vivir". Y el 26 de julio de 1967, cerraba sus ojos para siempre.

Con él se iba una voz particularísima; seguramente, la más atípica con que contó el tango.

Originalmente publicado en el fascículo 14 de la colección "Tango Nuestro" editada por Diario Popular.
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