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Gardel y el tango

domingo, 27 de junio de 2010

Gardel cantó a las cosas cotidianas, al alma del pueblo, a los barrios de callecitas estrechas, a los amores -femeninos o del terruño- y a los caballos de carrera y las desventuras de los aficionados.

En diciembre de 1913, como parte del dúo Gardel-Razzano, con el que se inició un año antes cantando gratis o por monedas, debutó en el cabaret Armenonville de Buenos Aires, su patria artística y por adopción, pues se naturalizó argentino en 1920. Su carrera que lo llevaría a Uruguay, Brasil, Estados Unidos, España, Francia, Puerto Rico, Venezuela, Colombia, Chile, y a filmar en París y Nueva York.

El tango se bailaba en París al comenzar el siglo XX, pero sólo Carlos Gardel, que debutó en la capital francesa cantando en un teatro de los Campos Elíseos el 30 de septiembre de 1928, lo haría reinar "en todo el mundo", con el poder de su voz y la novela sentimental de su vida.

Esa noche, en el teatro Femina, fue presentado como "la célebre vedette sudamericana, el creador de todos los tangos de moda". Los historiadores señalan que en París, desde 1907, ya había todo un fervor por esas melodías arrabaleras, embriagadoras, traídas en los buques desde los puertos del cono sur de América, buenas para bailar enlazado a la mujer sin remilgos. "El tango conquista Europa a comienzos del siglo XX y aunque había sido domesticado, simplificado, digerido por el estilo 'musette', se vuelve muy popular entre las dos guerras", escribe Christophe Apprill, investigador francés de tango.

Lo habían traído los propios músicos que llegaban a Europa a grabar sus discos. El compositor Enrique Cadícamo, amigo de Gardel y autor de la letra "Anclao en París", haría en esa canción un homenaje a los muchachos porteños que vivían en la capital francesa. "Gardel grabó 'Anclao en París' y tuvo mucho éxito. Yo copié del natural sobre los muchachos que no habían tenido suerte, que estaban dando vueltas por París, que habían ido con el sueño de ser bailarines y no habían sido nada. Esa derrota me inspiró. Estaban sin plata, sin fe, con ganas de volver a Buenos Aires", cuenta Cadícamo en sus memorias.

Cuando Gardel llega a París encuentra no sólo a esos "fracasaos", sino también a dos personas que le ayudarán mucho: el bandoneonista Manuel Pizarro, "organizador de tango en París", y el poeta Alfredo Le Pera, joven escritor brasileño naturalizado argentino que trabajaba en la sincronización al español de las películas francesas. Con él escribiría canciones inmortales: "Melodía de arrabal", "Volver", "Arrabal amargo", "Cuesta abajo", "El día que me quieras", "Mi Buenos Aires querido".

De cantor criollo, Gardel pasó a convertirse en una estrella mundial, filmando a partir de 1931 para la Paramount tres películas en los estudios de Joinville, en las afueras de París, entre ellas "Melodía de arrabal". Ahora el ex "Morocho del Abasto" era casi millonario y gastaba a manos llenas, sobre todo en los hipódromos, rodando en autos de lujo, comprando relojes de oro por lotes de siete para ir regalándolos en los viajes, a sus familiares y amigos.

Después de triunfar en Buenos Aires, Madrid, París, Niza y Cannes, Gardel, asociado por su apariencia con el bailarín Rodolfo Valentino, estaba listo a comienzos de los años 30 para conquistar Nueva York y luego a toda América. Sin embargo sólo le quedaban cinco años para recibir cariño y aplausos, gloria y dinero. Su voz, sus gestos, su ternura varonil, su "tropicalismo", como diría una periodista del diario Le Figaro, lo convirtieron en un mito al morir en Medellín en 1935.

Musicalmente, el canto de Gardel era de una inflexión intransferible, debido a su cálido y diferenciado timbre vocal de barítono. Ostentaba una impostación natural impecable y todas sus notas eran llenas y parejas: la música y la palabra eran en su canto una unidad indestructible.

Compuso la música de unos treinta temas, entre ellos "El día que me quieras", "Arrabal amargo" y "Por una cabeza" y grabó, con repeticiones de diferentes temas, unas mil 500 placas, registradas mediante el sistema acústico y con los primeros micrófonos. Su voz se repite a cada momento en millones de discos, que de la pasta original y las 78 revoluciones por minuto pasaron al vinilo, la cinta y el audio digital.

"Fue una persona con una enorme inteligencia, que trabajó, exploró, supo aprovechar su talento, fue solidario y visionario", dice el músico y periodista Julián Barsky, autor de "Gardel: la biografía". La imborrable sonrisa del cantante fue, según Barsky, una muestra de que "Gardel era muy de avanzada en saber venderse y no dudó en armar estéticamente lo que hiciera falta para componer el personaje. Un estudioso que consultamos nos dijo que Gardel mejoró su sonrisa con cirugía dental. El propio cantante reconoció que se operó el tabique nasal, pero además hizo un esfuerzo enorme para adelgazar, ya que en los años '20 pesaba 120 kilos y en sus últimas películas no llegaba a los 70".

Gardel fue creador y vanguardista; manejó el fenómeno comunicacional como pocos pudieron, pese a la precariedad técnica de los años '20, y supo llevar el lenguaje procaz y limitado del argot de Buenos Aires a la pureza romántica que interpretaba, sin excepciones, por todo el mundo hispanohablante.
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